miércoles, 16 de febrero de 2011

En búsqueda del amor veneris...



El Anatomista, obra dirigida por José María Muscari, se estrenó el pasado siete de abril en el pomposo y relegado, Teatro Regina Tsu, en una adaptación realizada por Luciano Casaux, que tamiza la historia original con pinceladas personales que captan esencias de una época.

El anatomista, es una novela apasionante escrita por Federico Andahazi, que ha re-construido los trances de los médicos más sobresalientes del Renacimiento, con la intención de plasmar el espíritu de la época no sólo en sus costumbres sino en su sistema perverso de pensamiento. Luciano Cazaux, se vale de esto último para re-escritura de la novela que es adaptada al teatro bajo la dirección de José María Muscari, con quien consigue este delicioso y sólido juego escénico.

El héroe de esta novela es Mateo Colón, que al enamorarse de una prostituta veneciana, Mona Sofía, emprende la búsqueda de algún tipo de revelación que le permita conseguir su amor. El anatomista como un verdadero adelantado, y en audacia de su condición, decide experimentar con prostitutas y, para peor con aquello totalmente prohibido en la época, con la disección de cadáveres. Y sin saberlo da comienzo así, nada más ni nada menos, a la ardua exploración de la misteriosa naturaleza de femenina. Lo que descubre Mateo Colón en pleno siglo XVI, es su América, tal como se metaforiza, una dulce tierra prometida: el Amor Veneris, - lo que para la psicología fue el pene femenino-, y que hoy conocemos como Clítoris, hasta entonces desconocido en Occidente. Descubrimiento que al hacerse público despiertas las más bajas pasiones y que enfrentará a Colón con el poder de la Inquisición.

La puesta en escena del anatomista representa un desafío para el espectador, que debe decidir por su cuenta como canalizar el bombardeo de situaciones que se suceden cual estética video clip, en cortos y veloces fragmentos que describen cada momento de la historia por separado y sin sucesión cronológica. Efecto que buscan ir en contra del modelo funcional del relato aristotélico. A modo de instantáneas, los actores cortan el relato en su mejor momento, para hacer una aclaración o comentario sobre una futura escena. Así, por momentos cortan el hilo argumental para ir directamente a otra parte del cuento o, simplemente para efectuar diálogos coloquiales entre sí, parando también la acción ficcional, ya sea poniéndose en la posición de meros espectadores o saliéndose de personaje. Estas técnicas datan del teatro Isabelino en donde por primera vez se practicaron con destreza formas de hacer ver “el teatro dentro del teatro”, juego donde algunos actores práctica la autoironía, opinan y están como espectadores del propio relato, aunque parecen no estar en protagonizando dicha escena. El actor habla al público "entre líneas", para darle la vuelta al personaje mismo que está recitando, anticipando el distanciamiento irónico, romántico del teatro de Bertolt Brecht.

La puesta mantiene la intriga e ironía de la novela pero sin duda le da una frescura, humor y un plus de erotismo diferentes. Mantiene una conexión prácticamente ecléctica con el espectador, que con un elenco tan arriesgado y desafiante de las prohibiciones impuestas al sexo -incluso al desnudo puesto en escena-, no puede evitar ponerse en el lugar del vouyeur. Los actores van al choque y provocan las descargas, en un público que queda alucinado al verlos desnudarse, tocarse y gemir, en escena.
Alejandro Awada imprime a su cuerpo la actitud idealizada de un Mateo Colón, científico pero a la vez eréctil y desenfrenado; Sofía Gala sugiere a la prostituta más cara de toda Venecia; Romina Ricci es Inés de Torre Molinos, la viuda de vida incorruptible que se somete a la experimentación para sosegar el pecaminoso deseo sexual; Antonio Grimau representa a el gran inquisidor Monseñor Alessandro que se horroriza ante las acciones de Mateo pero en su ser no puede acallar los impulsos de la carne; la eléctrica y exuberante Alejandra Rubio que encarna varias mujeres desesperadas por el descubrimiento y, finalmente, Walter Quirós en un logrado Leonardino, el sirviente que traduce y elabora las acciones al espectador. El papel de Leonardino también nos recuerda al modelo ficcional shakesperiano, en donde es un narrador quien nos introduce en el mundo del relato.

Esta producción se realza además con la música de Santaolalla, el vestuario preciso de Renata Schusshein, los llamativos recursos audiovisuales de Casado Rubio, la escenografía de Marcelo Valiente y la iluminación de Gonzalo Córdoba, que consiguen una mixtura entre lo clásico y lo moderno, con la fastuosidad de los trajes de Renata -los cuellos renacentistas- y una escenografita que se arma en escena, con el movimiento de los propios actores.

Estefanía Romano

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